Escribir la pintura
Armando Gil empezó a dibujar hace años, de manera gestual, de manera intuitiva. Dibujaba en las servilletas tal y como recoge en su hermoso texto Antonio G. González, amigo y observador de aquellos inicios antes de que se iniciara la pintura.
Armando Gil, que es como bien sabemos los que lo conocemos, una persona de duda continua, de confrontación permanente y seria con la realidad que le rodea, inventa un lenguaje con el que atrapar lo distante y lo cotidiano, inventa una forma de ver el mundo, una forma que conduce a la plástica más pura y sin embargo conduce también a los misterios del signo.
Desde su exposición inicial, “Rollo chino”, en la que un largo recorrido de tinta sobre metros y más metros de papel de arroz daba forma a su imaginación continua y desbordada, atemperada por las grafías de un lenguaje inventado, Armando Gil ha seguido investigando. Admirador lejano y confeso de Cy Towmbly, conocedor intuitivo y apasionado del arte contemporáneo, traslada la grafía de su mano a la escritura, logrando así una nueva formula pictórica, en la que se mezcla lo ancestral con lo industrial, la creación de un lenguaje propio con la pintura que se usa para la carrocería de los coches, la contención de un texto íntimo y personal con la expansión gestual de un graffiti.
En esta obra reciente, la piel de la escritura se da la vuelta: escritura y pintura se convierten en lo mismo, en un gesto medido y amplio a la vez, en una grafía cargada de significado y contrastada con el color puro y denso que le rodea. Los gestos continuos y sin fin de su obra anterior se transforman aquí en ejemplos celulares, en gestualidad cerrada sobre sí misma. Cada pintura se convierte en un hecho en sí, en una medida exacta de la historia que se cuenta o se imagina, en una nueva herramienta de lenguaje.
Armando Gil ofrece una nueva visión de las artes sígnicas: la forma de atrapar el espacio entre esas letras imaginarias, entre ese espacio inventado, es un paso más de esta aventura iniciada años atrás en los bordes de una servilleta. Esta nueva obra es más consistente, más real, que la que impregnaba “Rollo chino”. La aventura no ha hecho más que empezar.
Angeles Alemán